Un artículo para la reflexión
El rincón del Gourmet, Juan José Millás.
Regresé ayer de vacaciones (es un decir) y fui al híper para llenar la nevera. Al poco de entrar colisioné con una montaña de libros de texto rebajados. Aquello parecía la liquidación por derribo del pensamiento universal. Ahí estaban las ciencias naturales y la geografía y la historia y la literatura y la gramática, todas ellas tratadas como una oferta de papel higiénico. No parecían manuales concebidos para amueblar las cabezas de los jóvenes, sino restos de temporada, pares sueltos, dos teoremas por el precio de uno. Los niños observaban los volúmenes con expresión de asco, como si sus padres estuvieran comprando fruta pasada o carne con moscas. Busqué algunos de los libros de cabecera del presidente Aznar, pero ni estaban ni se les esperaba. No sabemos dónde los compra él, aunque quizá, y pese a su política exterminadora, haya quedado alguna librería viva.
Pero sin puntos cardinales no se puede vivir. Lo primero que aprende un niño cuando se pone de pie es su situación espacial. Si confundes delante y atrás o derecha e izquierda, estás perdido. Y eso es lo que sucedía en el 'híper' El rincón del 'gourmet'
Recogí el alma, que se me había caído a los pies, y la coloqué en el carrito, junto al paquete de comida para perros. Luego, todavía aturdido por el espectáculo anterior, me perdí en un pasillo y acabé en una dimensión del híper que parecía la biblioteca de una mansión inglesa, pues la gente, poca, hablaba en voz baja, y las paredes estaban decoradas con maderas oscuras que daban al ambiente una atmósfera intelectual muy agradable. No era una biblioteca, sino un rincón del gourmet o algo parecido en el que los embutidos estaban encuadernados en piel y los patés se almacenaban en estanterías que merecerían haber albergado las obras completas de Shakespeare. La confusión aumentó, si cabe, al tropezar con un queso llamado Quijote, cuya etiqueta parecía la portada de una novela de aventuras.
Toda la estética que tradicionalmente ha rodeado al universo del libro se había desplazado a este recinto gastronómico, mientras que la de la venta de chorizos se había deslizado a la de los libros de texto. Un cruce curioso. Indagué si alguno de estos alimentos especiales tenía descuento y los dependientes me miraron con lástima, como si hubiera solicitado una filosofía rebajada o una literatura de oportunidades. Avancé un poco y vi, en lo que me pareció una biblioteca de roble perfecta para colocar los volúmenes de la Espasa, una colección de vinos tan bien presentados que tenías la impresión de que bastaba beberlos para llenarte de cultura. Una copa de este tinto equivalía a leer un poema de Rilke, mientras que una botella de aquel rosado era como aprenderse a Kavafis de memoria.
Volví a la sección de libros de texto para ver si todo era tan desastroso como me había parecido, y lo era, al menos en comparación con la sección de arenques. Nos pasamos la vida preguntándonos qué rayos le sucede al sistema educativo y lo que le sucede es que falla todo, empezando por la consideración social del libro. Ningún niño que acuda de la mano de sus padres a comprar sus manuales escolares en el híper volverá a creer en la cultura. Creerá antes en las huevas de bacalao que en los puntos cardinales.
Pero sin puntos cardinales no se puede vivir. Lo primero que aprende un niño cuando se pone de pie es su situación espacial. Si confundes delante y atrás o derecha e izquierda, estás perdido. Y eso es lo que ocurría en el híper, que todos los valores estaban puestos boca abajo hasta el punto de que los consumidores éramos consumidos por aquel gigantesco estómago en cuyo interior perdías las nociones de norte, sur, este y oeste. Gracias a esa desorientación somos cada día más sumisos, más torpes, más cobardes. Entonces llega un obispo, echa por huevos del trabajo a Resurrección Galera, profesora de un colegio público cuyo sueldo pagamos usted y yo, y el PP dice que respeta la decisión. ¿Estamos locos? No, no estamos locos, sino desorientados. Algunos, además de desorientados, están mudos, pues Pilar del Castillo, en el momento de escribir estas líneas, aún no ha dicho esta boca es mía.
No puedes poner el libro, en fin, a la altura del papel higiénico y quejarte de que los niños se limpien el culo con él. Ahí tiene, señor Rato, los efectos de su política intervencionista en el sector: se ha devaluado el prestigio del libro, mientras que el gasto de la vuelta al cole se ha disparado muy por encima del IPC. A eso se llama matar dos pájaros de un tiro. Compramos con descuento, sí, pero estamos vendidos. Feliz otoño.
Publicado en el País Digital, marzo de 2001
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